jueves, agosto 09, 2007

INSTINTOS

Cuando la vio ingresar a la sala, pensó que era la mujer mas bella del mundo; cuando el cruzo el comedor en busca de un bocadito, que el mismo había preparado, ella no pudo apartar su mirada de él, y reconocer que tenia los ojos mas profundos que jamás había contemplado y los cabellos desordenados tan perfectamente que le dio ganas de acercarse y pasar sus dedos entre sus cabellos, pero inmediatamente pensó que aquel debía ser casado o un criminal, por que nunca se fijaba en alguien soltero y cuerdo.

Soy vegetariana le confeso Margot aquella noche que lo conoció, Marcelo le indicó que era carnívoro y además chef, especializado en cuyes y conejos. Fue un amor a primera vista. ¿Pero podría ella soportar la carnicería diaria que cometía Marcelo en la cocina o él aprender a preparar platillos con carne de soya? Era una pregunta que se hicieron interiormente, pero fue más la atracción de aquel instante que terminaron escapando a la calle en busca de un hostal para descubrirse mutuamente, sin preguntas o recriminaciones, seria solo una noche, imaginaron.

Sus dedos tocaron delicadamente los pezones de ella, y sospecho que tanta belleza seria imposible en una mujer cuya dieta era de solo papas y zanahorias, nunca había estado con una naturista, una fémina defensora de los animales que el preparaba en exquisitos platos y devoraba con el mismo placer que al hacer el amor como en ese instante, por que para él sexo y gastronomía eran un mismo placer que llegaba primero por los olores, la de una olla humeando, propagando sus sabores o el aroma de ella cuando la conoció, después por su paladar al circular su lengua por su senos y probar el sudor de su cuerpo, distinguiendo otros sabores en cada punto de su anatomía, cuando la transpiración de ella se entremezclaba con los de él, alcanzando olor y sabor el apogeo sensual que lo conducía inevitablemente al clímax, con ella más rápido que con ninguna.

Aquel gusto por ella se fue extendiendo. Ella se regocijaba cada noche que el aparecía en su departamento y preparaba una ensalada cada vez mas exuberante para la cena, vino italiano, una película en el dvd. Los domingos después del trabajo a caminar en el mall y comer helados, cenar en la pequeña trattoria de barranco, ella lasagna de acelga, el a la bolognesa.

Sus encuentros se fueron haciendo rutina, una rutina que él aceptaba con placer. Si de un primer momento pensó él que solo seria una relación temporal, ulteriormente imagino que podían complementarse bien, que aquellas diferencia que parecían insalvables eran imperceptibles y se dejo llevar por el amor que ella le ofrecía y ella por la informal manera de ver la vida que él tenia. Y fueron felices, cada vez que se encontraban, e infelices cuando se separaban a la mañana siguiente, cuando debía ella partir al trabajo y el dirigirse a su apartamento a ducharse y prepararse para la faena diaria de cuchillos y especies.

Se volvió adicto a ella, a sus aromas y sabores, a sus largas conversaciones, a su sonrisa de niña buena, pudorosa. A su compañía incondicional, al cine de los jueves y sobre todo al sexo que con ella se iba revelando más apetitoso cada día.

El sexo lo atrajo a ella, el sexo lo mantuvo a su lado, pero seria el amor o la calma que a su regazo alcanzaba lo que le hizo imaginar que un hogar con hijos y perro en el patio le esperaba al lado de Margot, y por primera vez no le disgusto la idea.

Se amaban, pero cada vez que el recibía amigos y afilaba los cuchillos, aderezaba sus presas y sumergía en lo profundo del horno aquellos animales muertos no dejaba Margot de repetirse si hacia bien de estar con él, y Marcelo mirándola al otro lado de la mesa inquirirse si ella seria siempre la única que no probaría su adobo de ternera, ni su enrollado de cuy, o su conejo a la provenzal nunca jamás. Siempre estaría allí a su lado con un insoportable bife de soya. Nunca podría impresionarla, como todo escritor busca con un poema complacer a su amada o un bombero orgulloso de llegar a su hogar con su uniforme medio quemado después de luchar contra las llamas, el quería que se sintiera orgullosa de su labor, poder llegar a su casa con su delantal ensangrentado y grasoso sin sentir la mirada desaprobatoria de Margot.

Era inevitable le dijo una vez, el hombre es carnívoro, no pueden los vegetarianos cortar con decenas de miles de años de hábitos, acaso podía pedirle a un león que deje de comer cebras o a un gato casero que abandone sus instinto cazadores, al igual que estos el hombre era una bestia.

- Somos animales – exclamo, lleno de rabia Marcelo- los humanos llegamos hasta este nivel de evolución por la carne, si hubiéramos comido solo vegetales todavía estaríamos en los árboles.
- Ya evolucionamos, somos más inteligentes y racionales, no necesitamos ahora la carne para seguir desarrollándonos, no necesitamos continuar esta carnicería diaria de millones de pollos, vacas, cerdos degollados solo por el placer de preparar platillos sabrosos para presuntuosos comensales.
- ¿Criticas mi profesión? - le pregunto él
- ¿Criticas mi opción de vida? – repregunto ella
- Era inevitable – replico él – era difícil que te mantuvieras callada por mucho tiempo odias mi profesión, preferirías abriera un restaurante naturista, estarías mas orgullosa de mi.

Aquella fue la primera pelea, la primera reconciliación, siempre prometiendo él no volver a ofuscarse por su vegetarianismo, obligado a renunciar a invitaciones para cenar en casa de algún amigo o asistiendo a escondidas, no podía aparecer con ella y pedir siempre una ensalada, era vergonzoso para él una mesa repleta de comensales disfrutando un Escargots de Bourgogne y ella lejana, sin poder participar de los comentarios gastronomitos con sus colegas.

Ella tenía igual dilema, sus más íntimos amigos eran vegetarianos, aparecer con Marcelo y verle siempre la cara larga padeciendo por conversaciones, que a sus oídos eran monótonas, alrededor de ensaladas variopintas era imposible.

Y entonces el departamento de ella se volvió una celda inexpugnable para otros, solo ellos, sin amigos, sin preguntas, sin conflictos. Solo sus cuerpos desnudos cada noche escapando de la fatiga diaria de sus trabajos, del caos, del transito, del miedo de una ciudad cada vez más violenta, ella era su bálsamo, él su protector, su remanso de paz.

Solo que era una paz precaria, pronto descubrió en los largos silencios de Marcelo su infelicidad, era un animal social que necesitaba el contacto con otros de su especie, una sociedad de adoradores de cilantros y limones, perpetradores de sacrificios en nombre de un culto gastronomito que ella no alcanzaba a comprender. Una estirpe que, tenía la esperanza ella, algún día se extinguiría, pero era más seguro que antes que ello sucediera, él como todo animal salvaje regresaría a su jauría, y tuvo miedo que eso sucediera, que Marcelo la dejara. Volvería tarde o temprano, como un león domesticado, a dejarse llevar por sus instintos naturales y olvidarse que fue feliz con ella.

Solo tenía una alternativa, él nunca cambiaria, ella la evolucionada debía involucionar para poder hacer perdurable su efímera felicidad.

- Te amo - le dijo ella mientras tomaba una presa de la olla, y el intentaba detenerla. Afuera los comensales esperaban su seco de cabrito, era la primera vez en casi un año que tenían invitados en casa.
- Te amo, te amo - refrendó él- no necesitas probarme nada.
- Debo acabar con esto, tu no dejaras tu carrera, yo soy mas fuerte - le dijo rebalsando de lagrimas sus ojos, que, precipitándose por sus mejillas como un río, desembocaron en la olla del seco. – Puede más mi amor por ti, que mis valores – añadió
- Te amo como eres – le dijo él suplicante.
- Te amo- repitió ella y engullo la presa con el asco que podría producir a él la soya, convencida que su acto de sacrificio salvaría su amor. Su sacrifico fue mucho mayor, nadie recuerda desde entonces otro seco mas sabroso que el de la apostasía de Margot, sus lagrimas condimentaron perfectamente el seco, y nunca más Marcelo pudo superarlo.

El había ganado una amante y compañera, pero descubrió tarde que el vegetarianismo de ella era lo que producía aquel sabor insuperable que sentía al paladear sus senos y su lengua dejo de gozar aquellos sabores exóticos que nunca encontró en mujer alguna antes, y deseo volver a probar nuevamente ese sabor a vegetales que ella perdió, y no tardo, como todo animal salvaje, en salir cada noche en busca de otra presa de curvas sinuosas y herbívora para satisfacerse.