Tiempos Idos
La flecha descubría a cualquier desubicado que estaba frente a la Helden, no era la misma catedral de los tiempos de Narcosis o Leucemia, apenas una capilla en donde hacer catarsis cada sábado.
La música llenaba cada rincón del nebuloso local - ¿Estaría allí? - se preguntaba Miguel. Después de 3 años regresaba a Helden, después de tres años volvía al salón de los espejos, seguiría la gorda de seguro haciendo de disk jockey, jodiendo a todos, haciendo explotar la pista con Depeche, los Echo, Cetu, Heroes. Aquellos días estaban, en su imaginario, entre los mejores de su vida, bailar todo el sábado, chupar hasta que la gorda los echara, y encontrarse con las luces del día, siempre llegaba a su barrio cuando las madres o sirvientas de sus pitucos amigos salían a comprar el pan. Ahora nuevos rostros surgían a su paso.
No le provocaba bailar, - ¿Podrían sus pies? ¿Su cuerpo?- volver a danzar en aquella oscuridad, ser parte de ese escenario abstracto de cuerpos contorsionados al ritmo de una música tan dark como sus ropas. Se había vuelto la Helden ante él otra cosa, un antro de cholos como dijo la pecosa, "han invadido la Helden"; pero no, la verdad era que nosotros invadimos un día aquel espacio, buscando otros escenarios, otros ambientes más extremos, más darks. Podíamos acaso ser subtes en Miraflores, en Bauhaus, en Bizarro, eran otras épocas, tiempos de resistencia, de escape, y éramos felices así, haciendo del centro nuestro nuevo espacio, chupar en el Queirolo con los Leuzemia o Cachuca, caer por la plaza San Martín haciendo conversación a los turistas, para los que éramos tan extraños como los pirañitas, las putas o los gays, decadentes como aquellos.
Por fin Camouflage: “love is a shield”, a ella le encantaba, no resistía dejar de bailar con los espejos, intento moverse como antes, dejar su mente suelta al ritmo de la música, bailar como tantas veces hizo en aquel mismo espacio, pero no pudo, sus pies le pesaban, sentía que todos a su alrededor lo miraban - ¿Fui feliz allí alguna vez? - se pregunto. Bailar era lo único que lo reconfortaba por aquellos tiempos, bailar y ella, sus dos únicos alicientes, ahora no tenia nada, ya no era parte de ese escenario. Salió de prisa, un beso a la gorda, una corta conversación, un recordatorio de tiempos idos, la penumbra en la calle.
Paro un taxi:
- Al Queirolo – pidio
Antes caminaba hasta allá, solo eran unas cuadras de distancia, ahora sentía miedo a ser asaltado. En tan corto tiempo había cambiado tanto, ya no se sentía parte de aquellas calles grises, opacas, plagadas de seres extraños, freaks, del que formo parte alguna vez.
Bajo en la taberna, ingreso, miro, husmeo, penetro hasta el baño, cuantas orinadas allí, nadie lo detuvo, esperaba una mano amiga que lo reconociera, que lo jalara a la mesa, nadie, únicamente el viejo Simón, aún despachando margaritos, sólo un "hola, se han perdido, nadie aparece ya, ni alfajor cae".
Siguiente paso: la plaza, pero no, no iría para allá, el miedo lo retenía, mejor esperaría un taxi, marcharía a su casa, a la paz de su hogar en Magdalena, donde la monotonía, desde que se caso con Jime, llenaba sus espacios, el centro, el alcohol, el baile ya no eran sus catarsis, ahora Jime cumplía con llenar esos espacios marginales, cine los viernes, sábado unos tragos con alguna pareja de amigos, domingo tirados en la cama leyendo el diario, viendo películas, los programas políticos, canal N, fútbol europeo.
Trepo al taxi, le pidió que fuera por la plaza, que le diera una vuelta, quería verla de noche, contemplarla, lo mismo de siempre, gente orinando, gays, putas, enamorados caminando presurosos, y ella a lo lejos, parada en una esquina, con dos colegas. Nada había cambiado seguía allí, nosotros de nuevo en la civilización, ella puteando, bella como siempre, patéticos nosotros que cambiamos, pero ella fiel a su historia, a su vida.
Hacia una hora deseaba verla, hablarle, decirle que la extrañaba, que la vida fue buena para él, pero la necesitaba para llenar ese espacio aun vació, no había tiempo, debía partir, y volver a su status quo. Un día, un verano fue feliz, le serviría para una novela, para un cuento, nada más. Algún día regresaría, se atrevería a hablarle, quizás bajaría del taxi, la levantaría y se marcharían.
Tal vez, otro día, cuando hubiera renunciado a su trabajo, y comprendido que no la necesitaba, ni a Jime, tan solo la libertad que un día lo extasió, de la que por un verano la Helden lo cubrio.
Etiquetas: bauhaus, depeche, helden, lima, punk peruano
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